dramaturgo y guionista
Inés está preocupada porque Laura, su nueva compañera en la cadena de montaje de la fábrica, tiene una vida triste y aburrida. El viernes por la noche, la saca para que se divierta y conozca gente. Inés y Laura están sentadas junto a la barra de un bar. Inés busca con la vista algún hombre interesante para Laura.
Laura: (refiriéndose al último hombre que le ha señalado Inés) Te refieres a ese de ahí, el de la americana oscura… Sí, es guapo, y parece simpático, divertido, pero… no. (Segura de lo que dice) Conozco a esa clase de hombres: Son hombres encantadores que luego resultan tener una cara oculta. Son hombres que ahora te sacan a bailar y te hace flotar por la pista como si fueras la princesa de una monarquía europea, luego te llevan afuera y te dicen las cosas más bonitas del mundo a la luz de la luna, te acompañan a tu casa y te respetan, te sonríen, y se marchan elegantemente, y eso hace que los desees con todas tus fuerzas, y empiezas a contar los minutos para que llegue el viernes siguiente y puedas verlos de nuevo, temiendo que quizá estén con otra chica, pero no, están aquí, en el mismo sitio, esperándote con un ramo de flores que lleva escrito tu nombre dentro, y les besas, y les pides que te lleven a sus casas, y hacéis el amor, y os decís que queréis pasar el resto de vuestra vida juntos, y lo dejas todo por ellos, os casáis, y… meses después, una noche, cuando te preocupas porque es tarde y aún no ha vuelto a casa, pasas por delante de un bar y los encuentras bailando con un chica cualquiera a la que mira como si fuera la princesa de una monarquía europea… (Se vuelve hacia Inés) Se llama Ignacio, es mi exmarido. Si te apetece sentirte como una princesa, hoy… (invitándola a salir a bailar)
IMPORTANTE: La tristeza que Inés llevaba semanas notando en Laura está justificada: un hombre hizo creer a Laura que era la princesa de un cuento de hadas y ahora se ve sola, obligada a trabajar en una cadena de montaje para poder salir adelante. Cuando Inés, tratando de ayudar a su nueva amiga, coloca a Laura, justamente, ante la clase de situación que dio lugar a sus problemas, Laura se pone en guardia. Rechaza, uno por uno, todos los candidatos que le propone Inés porque todos le recuerdan al hombre que la enamoró. Laura ha estado evitando contar su historia, se la ha guardado todo este tiempo para ella. Pero cuando Inés le señala al hombre –¡al mismo hombre exacto!- que causó su desgracia, Laura no calla más.
Sin embargo, no se produce un estallido de cólera. Ni se viene abajo entre lágrimas. Hacerlo sería conceder una victoria a ese hombre. Y Laura cree haber superado aquel golpe.
Monólogo elegante y profundo, que exige a la actriz transmitir una vida entera de dolor y decepción sin recurrir al melodrama. Su poder está en la contención y en la dignidad con la que Laura decide contar, al fin, su verdad.
En un bar, Laura rechaza todos los candidatos que Inés le propone… hasta que señala al hombre exacto que le rompió la vida, obligándola a desvelar por primera vez su historia sin permitir que el dolor la venza.
Narrativo, fluido y evocador; su fuerza reside en la contención y en la precisión emocional. Aunque Laura narra hechos pasados, lo hace desde un presente cargado de tensión silenciosa.
Sereno, amargo y firme. Bajo la calma se percibe una grieta emocional profunda que ella se niega a dejar salir.
Alto. El reto está en contener la emoción sin caer ni en el llanto ni en el estallido; transmitir dolor profundo sin expresarlo abiertamente. Requiere sutileza, verdad interna y un control exquisito del tempo.
Ideal para actrices de 30–55 años (ajustable). Laura ha vivido un matrimonio y una ruptura traumática, lo que sugiere cierta madurez vital.
Cómo el trauma emocional y la traición amorosa marcan profundamente a una persona, incluso cuando intenta convencerse de que ya lo ha superado.
Laura quiere protegerse. Necesita demostrar(se) que ya no puede ser herida por ese hombre. Su contención no es frialdad: es un mecanismo de supervivencia. Hablar sin quebrarse es su forma de demostrar que sigue en pie.
“Todavía me duele, pero no voy a darle a él el poder de verme caer”.
Cada palabra es un ejercicio de control emocional y resistencia.
El monólogo busca que el espectador sonría al principio y termine sintiendo ese golpe seco de reconocimiento cuando una advertencia irónica se convierte, sin aviso, en una confesión íntima que ya no tiene vuelta atrás.
La última palabra del monólogo, “Hoy”, es significativa porque funciona como cierre emocional, advertencia y confesión velada al mismo tiempo.
Cuando Laura dice: “Si te apetece sentirte como una princesa, hoy…” está haciendo un ofrecimiento a su amiga y, al mismo tiempo, le está lanzando un aviso. Ese “hoy” funciona como límite, como lección aprendida y como advertencia afectuosa. Es Laura diciendo: “Disfruta del encanto, pero no te ilusiones. No hagas lo que hice yo. No te entregues. Hoy sí. Mañana no. No dejes que te utilice. Utilízalo, si acaso.”
Un cierre sutil y a la vez poderoso, que condensa su evolución, su control y su dolor no confesado.
¿Se puede adaptar al género masculino?
Sí, puede adaptarse sin perder su esencia.
En definitiva, seguiría siendo igual de poderoso, quizá con una capa interesante sobre los roles de género y la dificultad de un hombre para admitir públicamente una herida sentimental profunda.

