dramaturgo y guionista
Ángela: En mi trabajo, cuando viene un cliente, tengo que decir: “Hola qué tal, cómo está ¿puedo ayudarle en algo?, si necesita cualquier cosa por favor no dude en decirlo, estoy aquí para ayudarle, gracias”. Te suelen responder con exigencias, caprichos, impertinencias, o peor, pasando de largo sin hacerte ni caso. Esto, a las nueve de la mañana. A las diez, a las once, a las doce, lo mismo: “Hola qué tal, cómo está, ¿puedo ayudarle en algo?, si necesita cualquier cosa por favor no dude en decirlo, estoy aquí para ayudarle, gracias”. De todo: pesados, idiotas, maleducados… Por la tarde, igual. Hasta las nueve. Y luego dicen que los actores y actrices sois como una especie de superhéroe porque representáis la misma obra de teatro todos los días de la semana -¡mentira, el lunes y el martes no!-. “Es que si un día no están al cien por cien tienen que actuar de todos modos”, “O si le duele la cabeza”, “O el dedo gordo del pie” ¡Ohhh! “Tienen que hacerlo siempre igual de bien porque el público siempre es distinto” ¡Ohhh! ¡Qué durooo! ¡Hostia putataaaaaaaa! ¡Eso no tiene mérito! ¡Mira! (angelical) “Hola qué tal, cómo está ¿puedo ayudarle en algo?, si necesita cualquier cosa por favor no dude en decirlo, estoy aquí para ayudarle, gracias”.
Indicaciones:
«Y mañana tendrán que volver a representar la obra de nuevo». ¿Quién no ha oído decir esto a un espectador, con admiración, al término de una representación teatral? Ángela lo ha oído alguna vez. Ángela trabaja en un centro comercial, como dependienta. Un trabajo duro. Una de sus mejores amigas es actriz. Y hoy no se ha podido reprimir.
El monólogo es un crescendo de cabreo. Hasta que llega a un punto máximo de cabreo en que Ángela da un giro repentino y demuestra que ella es tan buena actriz como cualquier actriz. Sin pretenderlo.
Este monólogo es apto para actrices de edades muy diferentes: desde actrices adolescentes hasta actrices veteranas.