dramaturgo y guionista
Irene ha suspendido el trabajo de final de carrera de diseño. No está conforme con la nota que le ha puesto su profesor, Gabriel. Va a verlo a su despacho.
GABRIEL: Tu trabajo merecía más nota. Te he suspendido porque quería que vinieras hoy a mi despacho. El día de mañana, cuando presentes un proyecto, probablemente verás cómo lo rechazan, sin más, porque sí. Los clientes no saben lo que quieren pero sí saben lo que no quieren: cualquier cosa que no hayan diseñado ellos. Cuando eso pase, si crees que tu trabajo es el mejor posible, vas a tener que defenderlo, vas a tener que trabajar duro por él, mucho más que cuando te sentaste a diseñar. Tendrás que explicar la naturaleza de tu diseño -qué significa, qué transmite, qué lo hace especial, qué lo hace perfecto para esa empresa, para ese cliente, para ese momento particular-, y para eso tendrás conocer bien el porqué de la composición que has elegido, el porqué de la textura, el porqué de cada color, de cada trazo, tendrás que sumergirte en tu proceso creativo y vomitar una explicación con palabras, para que el cliente comprenda que ese diseño que le estás mostrando es el que él habría hecho si hubiera tenido el talento que tú tienes para dibujar. Tu trabajo no merecía un suspenso. Ni un aprobado. Merecía un sobresaliente, matrícula de honor, es el mejor proyecto que he visto en veinte años que llevo dando clase. Sólo tenías que decirme por qué merecía eso. Sólo quería oirte… hablar. Estás suspendida. Esto no es lo que tenías que hacer. Ponte la ropa, por favor.