dramaturgo y guionista
Un oficial de policía en el despacho de su casa. Toma su pistola reglamentaria y se vuela la cabeza de un disparo.
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Inmediatamente llega su esposa, que ha oído la detonación, y encuentra el cuerpo yaciendo sobre la mesa. La mujer telefonea al fiscal.
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Así empieza la película “Los sobornados” (“The big heat”) de Fritz Lang (1953).
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Decía Billy Wilder que una película no debía empezar con un plano exterior de una casa y un hombre saliendo por la puerta. En tal caso -decía Wilder- el hombre tenía que salir por la ventana.
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Para sembrar un interrogante.
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Tal como la he contado, la escena inicial de “Los sobornados” es perfectamente verosímil (natural). Ahora añado unos detalles que no he puesto antes:
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La esposa del policía, efectivamente, entra en el despacho nada más escuchar el disparo. Pero lo curioso es que no llega corriendo, sino andando. Y no se sobresalta lo más mínimo al ver a su marido muerto. Va tranquilamente hasta la mesa y descubre la carta manuscrita. La toma y le echa un vistazo. Se acomoda, incluso, cerrando la persiana del despacho, y después, con mucha parsimonia, telefonea al fiscal. Le dice al secretario que atiende la llamada: “Póngame con el fiscal. Dígale que soy la viuda del agente Tom Duncan”. La… ¡viuda!
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Más adelante descubriremos que la mujer y el policía (¡spoliers!) no estaban felizmente casados: él tenía amantes y ella lo sabía. Descubriremos también que el fiscal es un tipo asquerosamente corrupto y la carta manuscrita es la prueba de esa corrupción. La mujer empleará la carta para chantajear al fiscal.
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Todo esto está en esa escena. Pero no lo sabemos. Y es, precisamente, lo que hace que nos parezca anti-natural.
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Decía Billy Wilder que el hombre tiene que salir de casa por la ventana. Sí. Pero no hay que olvidar darle un motivo para hacerlo.
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Esta escena es un ejemplo estupendo.