La historia de «Estocolmo mon amour»

Escribí “Estocolmo mon amour” en el año 2003, cuando tomé la decisión de convertirme en dramaturgo profesional. Como me faltaban “padrinos” en el mundillo teatral, sabía que tenía que dar la campanada con un brillante primer golpe. Y así concebí “Estocolmo mon amour”. Como un golpe. La obra debía convertirse en mi particular “Reservoir dogs”, quizá no tanto por sus semejanzas con la película de Tarantino pero sí por la función que debía desempeñar en mi carrera.

Siguiendo el guion que se repite en las mejores biografías, lo siguiente que debía hacer era encontrar la productora que llevara “Estocolmo mon amour” a la cartelera y, de ahí, a la senda del éxito. Como sabía que nadie estaría interesado en leer el libreto de un autor novel, decidí montar yo mismo un pase de muestra en mi ciudad natal e invitar a todas las empresas teatrales a verlo. Eché mano de amigos míos para que hicieran de actores y, gracias a la extraordinaria implicación de todos ellos, conseguimos, tras meses de apasionado trabajo, presentar una primera versión de “Estocolmo mon amour” en un pequeño teatro del barrio de Gracia de Barcelona. Al final no fue un pase, sino cuatro, debido a la demanda. Pero no importó el breve éxito público. Ningún productor fue a verla.

Probé entonces el camino inverso. Y apunté más alto. Imprimí decenas de copias de “Estocolmo mon amour” y las envié a todas las productoras y compañías españolas que había en ese momento (o al menos a aquellas de las que tuve constancia en unos tiempos en que internet no estaba tan desarrollado como ahora). A todas las que pude, les llevé yo mismo el libreto. Haciendo esa labor recorrí muchos kilómetros. Literalmente. Y llamé a muchas puertas. En muchos casos pude ver cómo, tras la respuesta amable de la persona de turno, el libreto iba a engrosar una montaña de papeles, preocupantemente cerca de la papelera. No recibí ninguna respuesta.

Se me ocurrió entonces ampliar horizontes. Así que traduje y adapté la obra al inglés y la envié (también en papel, mediante correo postal) a todas las productoras británicas y norteamericanas de las que tuve conocimiento. Y el panorama se iluminó un poco. Me contestaron. Pero la mayoría de las veces para decirme que ésa no era forma de promocionar un trabajo y que, por tanto, no iban a leer siquiera el libreto. Fue más de lo que obtuve de las productoras españolas, ciertamente. Pero era muy poco. Y bastante decepcionante. Para que una productora te leyera una obra en Reino Unido o Estados Unidos debías tener un agente que intermediara con ellos. Y eso era imposible para mi bolsillo, que estaba adelgazando a una velocidad preocupante. Eso hizo que empezaran a invadirme pensamientos negativos. ¿Y si habían leído de la obra y no les había gustado? ¿Y si “Estocolmo mon amour” no era tan buena como yo pensaba?

Habían pasado tres años y seguía en la casilla de salida. Así que empaqueté “Estocolmo mon amour” y la guardé en un cajón para el resto de los tiempos. Fue entonces cuando escribí mi segunda obra, titulada «A mi manera«. Una obra visceral, en parte autobiográfica, lo suficientemente pequeña como para poder producirla yo mismo. Y así fue. Monté «A mi manera» y conseguí llevarla a la cartelera profesional. Y fue sólo en ese momento cuando me consideré por fin dramaturgo. Desde entonces, el camino ha sido duro, pero también bonito. He tenido la suerte de ver cómo mis obras han llegado a los escenarios. De muchos países del mundo. Y eso es lo máximo que puede pedir alguien que se dedica a escribir obras de teatro para el público.

Mientras tanto, todos estos años, “Estocolmo mon amour” ha dormido en un cajón.

Hasta que un buen día, no hace mucho tiempo, a un director argentino, Daniel Di Rubba, le llamó la atención aquel extraño título de mi currículum. Me pidió que le permitiera leer “Estocolmo mon amour” y yo se la mandé. Unos días después, Di Rubba me confirmaba que su compañía iba a comenzar los trabajos para poner en pie un montaje argentino de “Estocolmo mon amour”. La entrañable producción de Di Rubba llegó a representarse en la emblemática calle Corrientes de Buenos Aires y, posteriormente, incluso hizo gira por distintas ciudades de Argentina.

Sin conexión con este hecho, un año después, la casualidad hizo que el director de fotografía español, César Montegrifo, llegara a mi web buscando un guionista que le escribiera una escena dialogada para unas pruebas de cámara. Tras el afortunado episodio con Di Rubba, “Estocolmo mon amour” había salido de la oscuridad y el libreto lucía por primera vez en mi web, a disposición de todo aquel que quisiera leerlo. César Montegrifo lo leyó y decidió que aquel iba a ser el material con que debutaría como director de cine. Dicho y hecho. Un año después, a petición suya, empecé a trabajar en la conversión de “Estocolmo” a guion cinematográfico. Y desde entonces hasta ahora, todo ha ido muy rápido. Actualmente, la película se encuentra ya en fase de post-producción y su estreno está cada vez más cerca. Cuenta con Antonio Garrido, Marian Aguilera e Ingrid García Jonsson como cabezas de cartel. Y, quién sabe, quizá la vea mucha gente.

Y ahora es cuando vuelvo a pensar en la obra de teatro. Una obra que casi nadie ha visto. Al menos en España. Porque, aunque película y obra se parecen mucho, no son lo mismo. El cine es una cosa y el teatro otra. Me hubiese gustado que las cosas hubieran ido de otra manera: que un productor se hubiese enamorado de ella, nada más verla, el día que la presenté en aquel pequeño teatro de Gracia, hace tantos años. No por afán de dinero y fama inmediatos, sino por el deseo sincero de compartirla con el público desde el primer instante. Parece que ahora se presenta una nueva oportunidad, tras la conclusión de la película. Me aconsejan que, aprovechando su lanzamiento en salas de cine (y probablemente también en plataformas), dé carta blanca a la producción de nuevos montajes teatrales de “Estocolmo mon amour”, en España y en el resto del mundo.

Y creo que voy a apostar por ello. Voy a empezar a contactar productoras. No quiero para “Estocolmo mon amour” las productoras más grandes, ni las más famosas. Sino las idóneas. Unas productoras que reúnan las cualidades de quienes creyeron en esta obra en el pasado: el atrevimiento de César Montegrifo, el cariño de Daniel Di Rubba y el entusiasmo de mis viejos amigos que llevaron a escena por primera vez la obra.

En homenaje y agradecimiento a todos ellos deseo que, dentro de unos años, sean muchas las personas que puedan decir que un día vieron, en teatro, “Estocolmo mon amour”.

Marc Egea (14 de marzo de 2020) .